Cuando por fin miramos hacia dentro, y nos encontramos con nuestras emociones, nuestras heridas y necesidades. Con lo que hay y con lo que falta en nuestro interior, iniciamos un camino de crecimiento para toda la vida. Mirar la profundidad de nuestra verdad abre una senda de exploración inagotable, que ofrece una nueva perspectiva, mucho más rica, más llena de sentido y de responsabilidad con nosotros mismos, que permanecerá en el tiempo.
La mirada interior es un como un tamiz emocional que añade la habilidad de filtrar todo lo que experimentamos a través de una nueva perspectiva, la emocional y corporal. Hasta que el encuentro con nuestro interior se produce, es posible vivir en una especie de “automático”, sin mucha conciencia de nuestras emociones y de cómo estamos implicados en ellas y en nuestras decisiones. Podemos mirar a otro lado y no atender las sensaciones que se manifiestan en el cuerpo o las emociones que surgen. Podemos disociarnos de nuestra realidad interior para seguir, sin conexión, atendiendo la realidad exterior. Pero este estado es limitado. Nuestro sistema físico-emocional necesita contar todas las historias que mantiene guardadas y silenciadas. Nuestro sistema emocional siempre tiende a la regulación, y en cuanto la tensión del interior es suficiente comienza a salir. Si la tensión es atendida en ese momento el comienzo puede ser más apacible, pero a nadie nos gusta encontrarnos con las heridas internas, con lo que llevamos, en ocasiones toda la vida, evitando escuchar. Es en este momento cuando comienzan a aparecer las crisis, de ansiedad, de tristeza, de rabia, de miedo, el sufrimiento. Nuestro cuerpo se sirve del malestar para hacernos llegar que necesitamos parar a mirar hacia dentro y atendernos. Y este es solo el comienzo.
La autorregulación de nuestro sistema físico-emocional es constante. Nuestro organismo está programado para tender siempre a la homeostasis, hacia el equilibrio interno. Por ejemplo, cuando alguna comida que ingerimos está en mal estado, nuestro cuerpo rápidamente se ocupa de eliminarla a través del vómito o la diarrea. De la misma forma, cuando hemos sufrido un malestar emocional intenso que se queda sin digerir, por ejemplo, humillaciones constantes en el entorno familiar, nuestro sistema emocional también se encargará de hacernos sentir suficiente malestar para que lo atendamos y lo podamos regular. Generando una gran desconfianza hacia los demás, sintiendo que el resto de personas son deshonestas y que en algún momento nos van a fallar. Estas conclusiones relaciones son lógicas e inteligentes, dado el sufrimiento anterior, donde la experiencias con las personas que tendrían que cuidarte, respetarte y hacerte sentir valioso y amado, te desprecian y humillan. Sin embargo, a la larga estos pensamientos nos acaban dejando solos en nuestro interior, sin nadie que pueda acompañarnos y escucharnos, y esto es un sufrimiento que sin duda nos impedirá vivir relaciones sanas donde descubrir que otro tipo de relación es posible. Y de nuevo, aquí comienza el camino, con la crisis necesaria que nos impulsa a iniciar la mirada interior de nuestro dolor emocional.
Es en este punto de partida, donde comienzo a ver que las emociones tienen un reflejo corporal, que los pensamientos y las conductas siempre están precedidos de una huella corporal y emocional, donde mi mirada hacia mi propia realidad y mi percepción del mundo empieza a cambiar. Y desde este momento, con el sonido del cuerpo y de las emociones activado, ya no podemos dejar de oírlo. Y al mismo tiempo, nos damos cuenta de que siempre habían estado hablando. Ya no es posible seguir en la vida sin escucharnos, ya no es posible seguir en la vida sin nosotros mismos. Nos brinda la suerte y la responsabilidad de vivir en conexión con nosotros y de seguir nuestro camino haciéndonos cargo de nuestra verdad y nuestra realidad. La senda interior queda establecida para transitarla el resto de la vida.