La disociación es un fenómeno que ocurre cuando no podemos afrontar algo que está sucediendo. Cuando algo está siendo demasiado, y no hay nadie que nos ayude a regularnos. La disociación aparece como un recurso que nos facilita seguir adelante en una circunstancia donde estamos solos con algo que nos supera.
Por ejemplo, cuando un niño o un adolescente sufre bullying, muchas veces lo esconde, lo silencia por miedo a que contarlo de un resultado peor y la situación se vuelva más violenta. O simplemente, porque admitirlo también es contactar con la humillación, el desprecio y la crueldad que recibe simplemente por ser ella o el mismo. Silenciarlo da como resultado una leve sensación de seguridad que permite seguir adelante, pero que con el tiempo acabará generando alguna dificultad emocional, cuya función es la de que volvamos a dentro, y atendamos todo el dolor que quedó escondido en nuestro interior.
La disociación es hermana del trauma, siempre van juntas. Para que suceda la disociación necesitamos que se den dos situaciones, por un lado, vivir algo que es demasiado para afrontarlo, y por otro, que no haya nadie a nuestro alrededor que nos pueda ayudar a regularnos con esto que ha sido desbordante. Es entonces, cuando se activa el mecanismo disociativo de supervivencia, para poder seguir en la vida.
El ser humano está preparado y estructurado a nivel cerebral para evitar lo que duele, por ejemplo, si acercamos la mano al fuego automáticamente en cuanto sentimos que es demasiado calor la apartamos de forma rápida. Lo mismo hacemos con el dolor emocional, nos da miedo tocarlo, nos asusta entrar en contacto con lo que duele. Esto es la disociación, el recurso que utiliza nuestro cerebro subcortical para apartarnos de lo que duele, desconectando nuestras emociones de nuestras sensaciones corporales, nuestros pensamientos de nuestras emociones, nuestras conductas de nuestros pensamientos, etc. Separando, desconectando unos componentes de otros para así evitar sentir. Debido a esto, una persona puede no querer hacer algo y acabar haciéndolo, sostener relaciones de humillación, vivir con ansiedad como si fuera algo normal, estar en una adicción, o sentir que deja de ser él o ella misma en ocasiones.
Esta fragmentación, necesaria para la supervivencia en un momento dado, con el paso del tiempo deja de ser útil, y se vuelve imprescindible recomponer el puzle, uniendo todas las piezas de la experiencia para tener todos nuestros recursos internos conectados y disponibles.
Cuando nos mantenemos fragmentados internamente, cuando estamos disociados, perdemos la brújula interna que nos guía en nuestras relaciones, en la toma de decisiones, y en la regulación de nuestro mundo emocional. Necesitamos la conexión de todo nuestro interior para saber hacer frente a los desafíos vitales.
La recuperación de la guía interna tiene que ver con la conexión, el antídoto de la disociación es la conexión. Lo que un día se generó porque no había nadie disponible, se repara en la relación con otro. Cuando siento que hay alguien frente a mí que da espacio para que pueda ser quien soy en seguridad y amable presencia, encuentro el valor para entrar a mirar acompañado mi sufrimiento, mis partes abandonadas, y así unir por fin todo lo que un día necesitó separase para vivir.