Habitar el cuerpo parece algo obvio, que todos hacemos de manera espontánea y natural, pero ¿realmente habitamos nuestro cuerpo o nos pasamos la vida intentando ajustarlo a lo que se espera de él?
La experiencia de rechazo, de ver algo en el espejo que podría ser “mejor”, más duro, más terso, más bello, más delgado. Y la necesidad de encajar, a través de hacer y conseguir lo que se espera de nosotros, intelectual, relacional o emocionalmente ¿es habitar nuestro cuerpo o despreciar nuestro cuerpo? Pasamos mucho tiempo intentando mejorar algo en nosotros, como si hubiera algo que está mal. Probamos de todo para encajar en lo establecido en nuestro mundo socio-cultural, profundamente interiorizado, que sentimos como lo bueno, lo aceptable y deseable, incluso lo saludable. Convertirnos en “lo que tengo que ser” se transforma muchas veces en el sentido de nuestra vida.
Cuando escuchamos nuestro cuerpo, lo que emerge realmente, la historia que cuenta en el momento presente, a veces no es agradable, y habla de sufrimiento, de hambre o de estar desbordado de comida, de ansiedad, de aceleración, de angustia y de miedo, de falta de aire, de tensión muscular, o incluso de dolor. Tal vez, ni si quiera lo escuchemos, no podamos oírlo y entender cómo se expresa y se comunica, tal vez, estemos inmersos en tanta desconexión, que ni si quiera distingamos cómo nos habla, y apenas percibamos el hambre, la sed, el cansancio o el dolor.
Conectar con el cuerpo es conectar con las sensaciones, con la verdad que cuentan. Escuchar con honestidad, sin apartar la mirada de lo que nos asusta o nos angustia, nos da placer o nos habla de nuestros límites. Nuestra verdad sentida y experimentada en el cuerpo no suele encajar en un molde que no es el nuestro, pero que necesitamos para sentirnos aceptados, queridos y valorados. Desde aquí, desde un cuerpo no escuchado, es difícil conocernos, y saber qué sensaciones son agradables o desagradables. Desde aquí necesitamos que alguien nos diga lo que está bien y lo que está mal sentir. Desde aquí no hay libertad para ser.
Por ejemplo, observar simplemente nuestra respiración, si el aire puede recorrer nuestro cuerpo hasta el estómago, o se queda por encima del diafragma, a la altura del pecho. Qué nos ocurre cuando lo observamos, qué más sucede si miro atentamente el aire en mi interior, ¿me angustia? ¿Se tensa mi estómago? ¿Se genera tensión muscular en los hombres y los glóbulos oculares, o, por el contrario, me relajo y mis hombros caen y la sensación de gravedad se vuelva más intensa? Esto, que parece fácil, observar la respiración, se vuelve un ejercicio difícil para casi todos. Además, nuestro cuerpo cuenta algo distinto cuando estamos solos a cuando estamos con otros. También cuenta algo diferente si está con alguien con quien siente conexión, o si, por el contrario, está con alguien con quien no se siente conectado.
Observar si me siento en calma o en tensión, si hay sensación de seguridad o de inquietud, si me siento valorado y aceptado, o rechazado y juzgado, se puede convertir en un termómetro relacional fantástico. Cómo estoy contigo y lo que necesito para estar en esta relación nos lo cuenta el impacto de la presencia del otro en nuestras sensaciones. La interrelación activa la resonancia de ambos Sistemas Nerviosos. Lo que percibimos del otro cuerpo genera que nuestra propia historia se despierte.
Rehabitar el cuerpo requiere desaprender parte de lo que hemos adquirido, para reaprender nuevamente a escucharnos. Poner plena atención a lo que nuestras sensaciones corporales cuentan, darles cualidad de verdad, y seguirnos en coherencia con ellas es un reto de deconstrucción enorme y maravilloso que nos conduce a la libertad de ser y al encuentro. El cuerpo es transparente, claro y contundente, y si hay aceleración hablará de esto, si hay ansiedad o angustia, también lo contará, y si está lleno de miedo, vergüenza o terror, también. Lo placentero, lo que nos da esperanza, alivio, y felicidad, también halará. Aprender a escuchar esto, es rehabitar nuestro cuerpo, y volver a la conexión con él y con nosotros mismos. A través, del reencuentro con nuestro vehículo para estar en la vida, encontramos un lugar en el mundo para nosotros.