La soledad es de las características más relevantes, y la que marca la diferencia, entre que un evento abrumador se convierta en traumático o no.
Nuestra naturaleza, requiere que cuando nos enfrentamos a una situación desbordante, para la que no tenemos recursos suficientes, necesitemos de la conexión humana para poder procesarla. La reparación emocional de lo vivido la podemos hacer cuando alguien nos escucha sin juicio, acogiendo nuestra experiencia tal y como es sin ser rechazada. Pero, en muchas ocasiones, no disponemos de un humano que nos pueda escuchar, entender y dar validez a la experiencia sentida como necesitamos. Cuando esto ocurre, el sufrimiento se queda encapsulado, solo, y sin procesar en nuestro interior, a la espera de ser escuchado e integrado.
La dificultad para enfrentar situaciones desafiantes está presente a cualquier edad, con la diferencia de que cuando estamos en las primeras etapas del desarrollo tenemos menos recursos a nivel motor y cortical, puesto que nuestro cerebro está en construcción. Por lo tanto, cuanta menos edad tenemos, más vulnerables somos a que los adultos puedan darnos, o no, una atención que nos regule, nos cuide y nos proteja de los desafíos físicos y emocionales.
Los sentimientos y las sensaciones dolorosas no procesadas se quedan solas, abandonadas en nuestro interior, como partes de nuestro yo fragmentado. Con el tiempo, el sótano emocional está lleno de dolor que necesita salir en busca de la regulación. Nuestra condición humana busca siempre la regulación, y el sufrimiento saldrá para ser escuchado tan desregulado como viva en nuestro interior.
Por el contrario, si tras experimentar una situación desafiante, ante la que no tenemos recursos suficientes, o incluso de la cuál no podemos huir físicamente. Vamos al encuentro de alguien disponible para nosotros, que nos escucha, nos da espacio y acoge lo que sentimos, la realidad cambia. Esto nos ayuda a digerir el impacto emocional vivido, y la experiencia puede ser elaborada y asimilada como algo que vivimos, que generó un aprendizaje y que podemos recordar sin sufrimiento. La conexión humana es fundamental para la regulación. Sentirnos vistos en el dolor, escuchados y validados en nuestra experiencia, conduce a la regulación.
Poner nuestro dolor frente a alguien que nos cuida, nos respeta y nos ofrece una escucha limpia y afectuosa hacia nuestra experiencia, da poco espacio para que el trauma se instale dentro de nosotros. El sufrimiento requiere de la presencia para ser reparado, necesita salir de la soledad y entrar en la conexión para sanar.