La psicoterapia es una resonancia físico-emocional, subcortical, entre el terapeuta y el paciente. La compresión de cómo el mundo más profundo y antiguo del ser humano se expresa, es fundamental para hacer esta danza donde bailamos juntos con lo que nuestro interior necesita contar.
Cada sesión de terapia es única y distinta en múltiples matices. Las personas cambiamos con cada nuevo descubrir y tanto nuestra fisiología como nuestra emocionalidad se va desarrollando sesión a sesión. Acompañar cada novedad implica atención plena y presencia por parte del terapeuta, que como un faro se mantiene estable para poner luz allí donde no se ve.
Hoy, una emoción de tristeza se asoma, los ojos se humedecen, la cara hace una ligera caída y la respiración se acorta. Esta emoción acostumbrada a ser ahogada, se esconde rápidamente tras una sonrisa, un desvío de mirada, y un cambio de tema espontáneo. El terapeuta lo ve y no lo deja escapar diciendo: “¿qué ha sucedido?” La persona puede no darse cuenta, y dice: “nada, no, que me acordé de…” y sigue hablando de otra cosa. La danza continua.
La terapia es el arte de ir y venir, de entrar en el territorio del otra a través de la observación y ver lo que su cuerpo y su mente quiere contar. El cuerpo lo cuenta con las sensaciones físicas, con las emociones y los movimientos, y la mente cognitiva utiliza los pensamientos, los recuerdos visuales en imágenes y los significados. Ser espectador de lo que surge en cada momento, pudiendo señalar lo adecuado, lo que genera la energía suficiente para dejar salir lo que está atascado generando sufrimiento, es un fluir sabio que se aprende con el tiempo, la curiosidad y con una profunda experiencia personal de autoobservación y elaboración de lo más íntimo, que abre la puerta a ver con claridad al otro en toda su profundidad.
Tras algunas sesiones juntos en terapia, la misma emoción aparece, la tristeza se presenta de nuevo sutil, en un movimiento facial, en algo que surge en los ojos y la respiración, y el terapeuta lo vuelve a señalar: “¿qué está sucediendo ahora?” El paciente que ya está más preparado para mirarse a sí mismo, dice: “estoy triste” y este reconocimiento, aparentemente sencillo, deja salir las lágrimas y el sentir de un dolor guardado, tal vez durante años, que por fin puede estar presente frente a alguien que lo acoge y escucha sin miedo, sin juicio o valoración. La tristeza puede ser mirada y acogida desde la comprensión, la validación y el afecto. Ya no necesita esconderse más, y tras ella comienza a aflorar la historia que guarda, las necesidades inconclusas y, por lo tanto, un nuevo camino lleno de posibilidades para explorar y descubrir.
Resonar implica que el terapeuta pueda escuchar la vibración del paciente dentro de sí mismo, esto es, escuchar sus neuronas espejo y darse cuenta de que de algo importante cuenta esa caída de ojos, esa ausencia de respiración o la velocidad al hablar. Escuchar la resonancia interior es muchas veces la guía de la intervención terapéutica, donde utilizar lo que tiene un efecto interno puede ser devuelto al paciente en formato de observación descriptiva para ver qué sucede y cómo su sistema se organiza cuando es escuchado de manera límbica y profunda. Esta danza es posible gracias a que el terapeuta ha hecho previamente su propio baile interno y puede separar sus sensaciones y percepciones subcorticales de sus propios significados cognitivos, y, por lo tanto, ofrecer al paciente una intervención limpia de juicios o significados personales que tengan más que ver con el propio terapeuta que con la historia del paciente.
La escucha profundamente límbica requiere de mucho trabajo interior y de una presencia llena de vacío fértil y observador que permite estar únicamente con lo que hay y con lo que emerge.
Resonar es un arte que conduce directo al encuentro en lo humano y lo esencial.